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Una sonrisa


Una sonrisa

El día era agridulce. Como el de ayer, como hoy y quizá como mañana. No importaba nada. Absolutamente nada importaba. Los días eran los mismos. Para mí lo eran. Hacía una semana que no podía dormir o sentir. Desde aquel pasado martes cuando mi vida había sufrido un cambio. Ese cambio que me hacía ver a la gente feliz y no entender su felicidad. No podía comprenderlo. Pero ellos no habían vivido lo que yo viví. La angustia de ver a ellos y a ellas. Ya no vimos. Ahora solamente verlos sin ninguna emoción o expresión en sus rostros. A mí me tocaba arreglarlos para simular que eran gente viva, aunque parecieran solo estar dormidos; ese era mi trabajo.

Por años me había acostumbrado a este trabajo, no importaba ver los cuerpos desfigurados, rotos o en partes. Solo llegaban. Hasta ese martes 11 de octubre. El trabajo era el habitual, hasta que llegó ella. Al verla mis ojos quedaron impactados. No parecía estar muerta, aún- pensaba- seguía un resplandor en su rostro. El familiar me mostró la defunción médica, no le tomé importancia. No valía preguntar: ¿cuál era su relación con ella? No lo valía. Durante todo este tiempo me había acostumbrado a ver a la gente: destrozada, triste. Los cuerpos que yo arreglaba ya no sentían, solo eran cuerpos sin vida, sin un latido.

El día acababa y ella aún no estaba en ataúd, aunque ya estaba lista. El funeral se efectuaría en la noche. La miré por un rato. Por un momento su rostro se me hizo algo familiar ¿acaso la había visto? Sí fuera de ese modo ¿dónde la había visto? Las preguntas continuaron hasta que llegó un recuerdo, un solo recuerdo. Sí, ese recuerdo, el de haberla visto en aquel parque donde me la pasaba observando gente. Ella llegó triste y melancólica. Yo solo la miré. Eso había sucedido ayer.

Qué importaba saber que la muerte es tan repentina. Mi pensamiento transcurría mientras la colocaba en el ataúd. En ese transcurrir un pedazo de su cara cayó, dejando una parte de su cráneo a la vista. Me sorprendí y ella me sonrió. Me sonrió y a mi rostro le regresó la sonrisa. Puesto que nunca vi un cuerpo tan vivo pero tan deseoso de encontrarse muerto. Y desde ese día su sonrisa me acompaña en cada muerto que arreglo con la finalidad de que se vean dormidos y con un poco de vida.


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